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Patrimonio arqueológico de San Agustín: Crónica de una resistencia comunitaria anunciada
Davíd Dellenback. davidd_sa@hotmail.com
Miembro Fundador de la Academia de Historia de San
Agustín
www.sanagustinstatues.org
Se ha dicho, y se ha leido mucho sobre la reciente
lucha que se generó por el asunto relacionado con el traslado de algunas
esculturas del Pueblo Escultor de San Agustín, Huila; sobre esos antiguos
‘símbolos sagrados’ que se negaron a salir del valle en donde fueron creados
hace muchos siglos y donde siempre han morado; sobre la subsecuente cancelación
de su planteada exhibición en Bogotá, y sobre las maniobras desesperadas y
peligrosas de última hora intentadas por las autoridades arqueológicas
capitalinas, que condujeron a una confrontación y a una parada pública la noche
del viernes 8 de noviembre del 2013 frente al Parque Arqueológico. Esta será
una fecha muy memorable que permanecerá en los anales históricos de este
milenario pueblo.
A
pesar de que, virtualmente todo
lo publicado, ya sea en forma impresa o en emisiones al aire, ha llegado
directamente de la visión sesgada, y ahora alterada, de quienes intentaron
trasladar estos tesoros desde San Agustín y se frustraron en su intento.
Aquellos en cuya calidad de autoridad tienen todo el poder en sus manos, y por
ello, hasta el momento, han constituido la única voz permitida a pronunciarse
en los medios de comunicación. Pero la verdadera historia es substancialmente
diferente. ¿Qué paso con las garantías de los derechos de aquellos que no
acceden a las formas usuales del poder para dar voz a sus opiniones? ¿Cómo hace
‘la otra parte’ para ser escuchada?
Retornemos al comienzo, hace más de un año, cuando
el ICANH-- Instituto Colombiano de Antropología e Historia, la máxima autoridad
arqueológica en Colombia--inventó la celebración de un ‘centenario’ espurio que
conmemoraba la llegada hace un siglo a nuestro pueblo del alemán Konrad Preuss,
cuya memoria en este rincón del país radica en ser el autor del desplazamiento
más grande jamás visto de estos preciosos monólitos. Fue famoso como etnólogo,
más no era un arqueólogo, y vino a estas tierras (como él mismo lo narra) con
la intención principal de llevar estatuas para armar su museo en Berlín.
Teniendo en cuenta que desde ese entonces las 35 esculturas que usurpó y se
llevó hasta ahora no han retornado, y aún están ocultas en los sótanos de ese
museo alemán, no sorprende encontrar que Preuss no tiene muchos seguidores aquí
en San Agustín. Era una ‘celebración’ ridícula que se impusó en el pueblo, y
acá se encontró con la apatía y el rechazo que merecía. Si el ICANH hubiera
anunciado que, en vez de planear llevarse otras esculturas, iba a concluir el
‘centenario’ con el regreso de esas extraviadas estatuas que reposan en
Alemania a sus sitios originales y naturales aquí en el Macizo Colombiano, eso sí habría sido una verdadera celebración en este pueblo.
Hace un año, en una campaña que empezó el día 12 de diciembre
del 2012 (y formalmente ante el ICANH y el Ministerio de Cultura el 10 de enero
del 2013), cerca de 2000 residentes de San Agustín firmaron un derecho de
petición encaminado a que el ICANH procediera con el proceso de la repatriación
de las 35 estatuas llevadas a Alemania por Preuss, con la intención de
rescatarlas y regresarlas aquí a su hogar original al final de este año del
centenario. Esto todo se hizo con el conocimiento y el aval del Director del
ICANH, con quien me reuní tanto en mi finca en San Agustín, como en su oficina
en Bogotá--aseguró su entusiasmo en la iniciativa, y dijo que era un proyecto
que anticipaba ejecutar.
Pero los hechos han sido diferentes. En un año, las
autoridades arqueológicas no han hecho ningún movimiento certero para presentar
a sus colegas alemanes “una petición concreta (es decir, un documento
oficialmente rádicado y registrado) exigiendo la repatriación de las esculturas
llevadas por Preuss,” tal como se lee en la comunicación que he mantenido con
las autoridades alemanas. Sus pares del ICANH simplemente han ignorado el
asunto de las estatuas en Berlín, y ahora la razón es clara: todo el tiempo el
plan era llevarse otras 20 estatuas de San Agustín, en vez de traer de
regreso las estatuas de Alemania. Desafortunadamente ellos de inmediato
concluyeron que los dos proyectos no podrían ir juntos. Entonces decidieron
abandonar el plan más razonable, y en vez de atender el llamado de las 2000
firmas del Valle de las Estatuas, a cambio continuaron con el que desde el principio
era superfluo, y finalmente estaba destinado a fracasar.
Es que la situación de esas estatuas andantes es
única: a diferencia de la mayoría de casos de repatriación del patrimonio
cultural poseido en tierras extranjeras, en este caso los actuales poseedores,
las directivas del museo alemán, entienden que las estatuas fueron sacadas de
Colombia de manera injustificada y no admirable; para ellos es importante la
procedencia de sus tesoros. Saben bien que lo llevado por Preuss es
cuestionable, que perjudica el honor de ese gran museo, y han dado indicaciones
claras de que estarían dispuestos a cooperar en el asunto de la repatriación a
Colombia: ven la justicia en la petición. Lo único que hace falta, en palabras
escritas por ellos mismos, es que: “Los colombianos nunca las han pedido
[formalmente].” Ese es el problema. Ha pasado un siglo. Ya ha llegado el
momento de hacerlo.
Pero el ICANH tendrá que cambiar su relación con San
Agustín, para buscar e incentivar la participación del pueblo en el manejo de
su propio patrimonio. El 23 de octubre de este año, en una charla sobre mi
libro ‘Las Estatuas del Pueblo Escultor’ en la ‘Casa de la Gobernación del
Huila’ en Bogotá, apareció en el evento un funcionario del ICANH para
informarnos que, 1) él era la persona encargada oficialmente del tema de la
repatriación de las estatuas en Berlín, y 2) que él ya ha ido a Berlín y al
museo etnológico, sin embargo no hizo mención de haber presentado a los
alemanes una ‘peticion concreta’--aparentemente solo fue a visitar. Teniendo en
cuenta que el ICANH, al responder al derecho de petición de enero del 2013,
escribió que: “Oportunamente se comunicará a la Personería Municipal los
avances en el caso,” es muy claro que el ICANH no ha tenido el interés
suficiente de comunicarse con las 2000 (y aún más) personas que esperan sus
noticias. No ha notificado ninguna de estas dos acciones a la comunidad de San
Agustín, de hecho no ha emitido ninguna notificación desde su carta original
con la que respondió al derecho de petición. El encargado del ICANH en mi
conferencia también nos informó, casi susurrando, que lo mejor era mantener
todas las conversaciones con los alemanes, y en especial el asunto de la
repatriación, lo más callado e invisible posible, porque se trataba de un asunto
muy ‘delicado’, y además que seguramente tomaría un largo tiempo.
Con este trasfondo, las noticias irrumpieron en el
inadvertido San Agustín, menos de dos meses antes de la planeada exposición en
Bogotá, que el ICANH iba a desarraigar y llevar 20 de las más hermosas
esculturas, sin pedir el permiso de nadie, sin mayor comunicación con el
pueblo. Porque cualquier persona informada en este pueblo, cualquiera que vive
aquí, sabe bien que muy poca gente entendía con antelación del proyecto del
ICANH de remover las estatuas. Y no por coincidencia: la intención desde el
principio era mantener todo el tema en bajo perfil, y no sacar a la luz un plan
tan digno de objecciones. Cuando ahora nos dicen que existía una ‘hoja de ruta’
previamente publicada, que ellos hicieron un gran trabajo para informar al
pueblo, lo que se quiere decir es que su política, como siempre, era la de
‘trabajar’ con un pequeñísimo grupo de ‘gente importante’, un ínfimo número de
personas que ellos consideran los dirigentes de los eventos y del destino. El
resto del pueblo, bastante más del 99%, se mantuvo inadvertido, no tenía ni
idea, y después de los eventos les dijeron que si ellos no sabían del ‘bien
socializado’ proyecto, era su culpa. Pero la verdad es que el pueblo de San
Agustín nunca fue consultado. Desafortunadamente, en su práctica política, el
ICANH contaba con todo eso.
Con lo que ellos no contaban, lo que ellos no
parecen entender, es que a la gente aquí realmente le importan esas famosas
esculturas en piedra, que este pueblo se siente profundamente relacionado con
ellas. Y se preocupa de como son tratadas. Verlas embaladas y envueltas en
plástico como productos de mercado, como aún están al día de hoy, es altamente
ofensivo para muchas personas de estas tierras. El comportamiento del ICANH
durante todo este proceso pareció ser llevado a cabo para dar la impresión de
que ellos no consideran los ‘símbolos sagrados’ particularmente dignos ni
importantes, sino que los ven como objetos valiosos, utilizables, y ante todo
lucrativos.
No se debe creer que la gente de San Agustín (y de
innumerables otros lugares) solo están de alguna manera reaccionando
emocionalmente, como si no tuvieran razones sólidas y suficientes para oponerse
a la salida de estos tesoros. Y el ICANH desatinadamente--en vez de responder
con respeto, e intentar aplicar la razón--salió a la ofensiva, desestimando
cualquier argumento que no fuera el suyo, ridiculizando y menospreciando
(“personas con mentes reducidas,” “esotéricos y místicos,” “forasteros sin
ningún conocimiento,” etc.) a los que no estaban de acuerdo con él. Nunca se
mostró el ánimo y el deseo de entender las diferentes posiciones. Estos
argumentos debieron ser escuchados; una lista de esas razones sería las
siguiente:
1)
El ICANH no hizo un esfuerzo sincero para incluir a
la gente de San Agustín en su proyecto, nunca preguntó nada de nadie acá, nunca
tuvo la intención de informar o consultar, lo que obviamente debió haberse
hecho en las fases iniciales de planificación, un año antes de los eventos. El
esfuerzo desesperado a último momento de ‘consultar,’ mucho después de que todo
estaba planeado y casi a punto de ser ejecutado, fue simplemente un insulto.
2)
La vanguardia de la arqueología y del patrimonio hoy
en día entiende que los sitios mágicos tienen que ser experimentados en donde
están, ‘In Situ,’ en su escenario verdadero, para ser una experiencia integral,
auténtica e imbuida con su contexto. Por consiguiente la única forma de
vivirlos es viajar a tales sitios, para poder sentirlos directamente, en vez de
arrancar los elementos de patrimonio descontextualizados y llevarlos de un
sitio a otro, como fue la práctica común en la época de Preuss. Llegó la hora
para que el ICANH despierte al siglo XXI: ayude a conducir los visitantes hacia
estos lugares auténticos para vivir la experiencia íntegra.
3)
Cualquier persona que piense detenidamente entenderá
que la probabilidad es mayor de que estos artículos antiguos, tan vulnerables,
y en este caso objetos de patrimonio inmensamente pesados, al moverlos sean averiados,
en vez de dejarlos quietos en el sitio en donde se encuentran. De hecho, las
estatuas de San Agustín, tal como se pudo preveer, fueron averiadas y rotas al
ser desmontadas de sus pedestales de cemento y trasportadas apenas unos 100
metros, tal como se comprueba con cantidad de evidencia fotográfica. El ICANH,
con la arquelogía del pasado, dice que, “El daño es mínimo,” y le parece
aceptable pagar este precio; la diferencia es que aquí en este pueblo, ningún
tipo de daño es aceptable. Ante todo pensemos en el bienestar de las
esculturas.
4)
Las razones espirituales son preponderantes para
mucha gente: se trata de imagenes altamente sagradas, hechas y dejadas aquí sin
dudas por buenas razones, y nadie tiene el derecho de cambiar eso; en palabras
de los Yanakunas, ellas son ‘símbolos sagrados.’ Cualquier estudio inclusive
superficial de la historia de la América antigua encontrará que muchas veces
este tipo de monumentos fueron creados y ubicados como centinelas, que
garantizaban la armonía y el equilibrio del mundo, del cosmos. Mucha otra gente
aquí tienen, y proclaman, adicionales razones espirituales; todas ellas siendo
válidas. El ICANH hizo mucho daño al burlarse públicamente de este tema.
5)
La razón más importante para la mayoría de
agustinenses: la economía. Todos en esta tierra sienten que el plan del ICANH
iba a llevarse a los viajeros, y su efectivo, fuera de este pueblo: todos los
que irían al evento en Bogotá serían los que no vendrían aquí a gastar su
dinero. Pocos aquí creen la proclamación que comúnmente se repite de que ese
tipo de espectáculo aumenta el turismo; la mayoría en este pueblo piensa que,
para ver y disfrutar de estos tesoros locales, la gente debe venir, y gastar,
aquí.
Por
encima de todas estas y otras razones está la más obvia, antes mencionada: Casi
todas las voces de la gente de San Agustín e Isnos dirían, “En vez de querer
llevarse más estatuas de aquí, porqué no fueron a Alemania a traer las que
tienen allí de regreso al lugar donde pertenecen?” Y de hecho, ¿Porqué? Es hora
de conservar las estatuas del Macizo Colombiano en donde están. Repatriar la
gran diáspora de esculturas del Pueblo Escultor regadas a lo largo del planeta,
empezando por las que están en Berlín: eso debería ser la prioridad de los
nuevos directivos del ICANH.
Además también hubo otro problema aún más
deslumbrante en la forma en cómo el ICANH quiso llevar a cabo su intento de
mover las estatuas: la elección del emisario escogido, el mismo Director, fue
espectacularmente inepta. Ciertamente nadie más habría podido alienar
virtualmente a todo el pueblo en tan poco tiempo; pero la cosa más increíble es
que hizo esto no por su posición en pro de llevarse las estatuas, sino por su
falta de modales y cortesía, y con su maña de ofender e injuriar, bastante
desatinada e indecente, cosa muy sorprendente al tratarse de alguien de quien
se dice es ampliamente educado y altamente instruido. Incluso llegó a lo que
solo se puede describir como xenofobia, al remedar y burlarse de la gente con
acento extranjero; todo esto, ¿hecho por la cabeza mayor de la antropología en
Colombia?
Aparentemente nadie le dijo al Director que San
Agustín es un pueblo incluyente, una sociedad multicultural, que alberga
visitantes de todas partes del mundo, un pueblo en donde no existe la discriminación
contra los extranjeros y es aceptada la diversidad; incluso aquí, la gente se
siente beneficiada por ellos, y no se rien maliciosamente de los lenguajes
extranjeros ni sus acentos. Más importante todavía, no entendió que la gente de
aquí es amable por naturaleza, aprecia ampliamente la formalidad y la cortesía,
se ofende al ver a alguien--y en especial si se trata de una figura de
autoridad--dar rabietas y arranques de cólera en público, insultar
personalmente a otros, actuar con un espíritu soberbio, perdiendo sus cabales e
incluso tornandose desagradable. El Director trajo repetidamente todo esto a
San Agustín, y en el proceso perdió el respeto de mucha gente, terminando en el
disgusto de muchos, y logró enojarles tanto que hay quienes desean que sea
declarado persona non grata en este pueblo.
No fue inesperada ni sorprendente la masiva
oposición que el 8 de noviembre se unió ante las tropas del ejercito enviadas
para escoltar los camiones que iban a llevarse los ‘símbolos sagrados‘ de San
Agustín. La oposición había crecido de forma continua y apasionada, y se había
anunciado claramente; el ICANH no quería escuchar, no estaba interesado. El 6
de marzo, al principio del proceso (aunque mucho después de haber sido
formulado y presentado el derecho de petición ante el ICANH), durante una de
sus conferencias en el Hotel Yuma en San Agustín, el Director, al ser
cuestionado por un periodista de la radio local sobre el porque no traían de
regreso a Colombia las estatuas en Berlín, se desfogó en una de sus rabietas,
menospreciando a quien preguntó y a los muchos que le preguntaban lo mismo,
aumentando más el número de opositores -de tal manera que en la conferencia
posterior, antes de permitirle el uso de la palabra, el Director fue obligado a
disculparse públicamente por ese comportamiento ofensivo, y por varios otros
eventos. El rumor sobre sus malos modales se difundió, y encima de todo llegó
la noticia de que planeaba llevarse otras estatuas en vez de traer las
extraviadas en Berlín.
Después de esto, llegó al Director la citación de
comparecer ante la Asamblea Departamental del Huila el día 27 de agosto. Las
duras palabras que allí le dirigieron y la orden a venir a San Agustín a hacer
una consulta, lo condujeron a su última amarga aparición en público en el
pueblo, de nuevo en el Hotel Yuma, el 14 de septiembre. Para ese entonces, un
gran movimiento de oposición había cobrado vida, el Comité Pro Defensa del
Patrimonio se había conformado, y la comunidad de los indigenas Yanakuna se
había unido con toda su fuerza en su oposición al traslado de las esculturas.
Todos estos opositores ahora estaban listos y organizados, y ese día se
hicieron presentes en el hotel para mostrar al ICANH en forma absolutamente
clara y cristalina su postura de oposición; se expresaron con gran
participación y determinación. Esta conmocionada reunión terminó cuando,
después de escuchar más insultos de los labios del Director, la audiencia lo
obligó a callarse; él enseguida llamó a sus escoltas para que lo rodearan, y
desapareció, altamente indignado, alegando sentirse amenazado -una afirmación
sin base, desde el punto de vista de San Agustín, y más bien fundada en su
paranoia. Cualquiera dentro del cocoon del ICANH quien diga que no sabía,
después de esa noche, que el plan de trasladar las estatuas encaraba una seria
y masiva oposición, simplemente no esta diciendo la verdad.
Dado el fracaso de esa mision, diseñada a quitar los
obstáculos del traslado de las 20 estatuas, se planeó apresuradamente para el
11 de octubre la visita de la Ministra de Cultura, acompañada por los miembros
del Consejo Nacional de Patrimonio y por el Director en lo que fue su última
aparición en San Agustín. Supuestamente el camino estaba abierto: el alcalde
del pueblo, uno de los proponentes del plan del traslado de las estatuas,
prohibió para ese día específico el uso de amplificadores, las marchas y las
conglomeraciones de personas o protestas en contra del plan de remover las
estatuas, una estrategia que mantuvo al margen a varios ciudadanos acatados. A
pesar de eso, y confrontando este obvio abuso de poder, el centro del pueblo
estaba lleno de opositores al traslado, docenas de quienes llevaban camisetas
estampadas que decían ‘¡NO!’ a cualquier traslado de las esculturas; a eso le
seguió una numerosa marcha, incluyendo también todos los Yanakunas. Una vez
más, cualquiera que hubiera estado en el pueblo ese día y no vio la oposición
al proyecto del traslado, o se mantenía alejado del pueblo o practicaba la
cegüera intencional: el ICANH y su Director ciertamente vieron lo que estaba
frente a sus ojos. El y la Ministra, más los del Consejo Nacional de Patrimonio
subieron inmediatamente al Parque Arqueológico, y fueron seguidos por los
lideres de la oposición, quienes con gran dificultad obligaron a que los visitantes,
renuentes, les escucharan, y les presentaron un documento respaldado con más de
3000 firmas colectadas entre ciudadanos locales opositores de la remoción de
las estatuas. ¿Acaso el ICANH, el Consejo de Patrimonio y la Ministra de
Cultura no se dieron cuenta de eso? Debieron haberlo hecho.
[Continuaron las oportunidades de escuchar. La tarde
después del viernes del encuentro con las fuerzas armadas, el gobernador del
Huila vino a San Agustín para intentar negociar; fue a la maloka de los Yanakuna,
y en una reunión que no duró ni cinco minutos, la primera persona que tomó la
palabra, el gobernador del cabildo, le dijo que la asamblea indígena ya había
hablado extensamente y que no se permitiría el traslado de ninguna estatua bajo
ninguna circunstancia. En seguida, y ‘sin mediar más palabras,’ el gobernador
del Huila se paró y se fue. La siguiente tarde, el domingo, hubo otra reunión
en la maloka, durante la cual se habló detalladamente--ahora con todos los
lideres de la resistencia reunidas--con el reconocido arqueólogo, quien iba a
ser el curador del show en Bogotá, y con el Secretario de Cultura del Huila, y
en términos inequívocos se les dijo que los allí reunidos estaban
inquebrantablemente opuestos al proyecto del traslado de las estatuas, y que
más bien, dicho evento no ocurriría.]
San Agustín sentía que el momento de la
confrontación se acercaba implacablemente. Con entrega ciega, las fuerzas del
poder--el Alcalde del pueblo, el Gobernador del departamento, el Director del
ICANH, la Ministra de Cultura--puestos en contra de los protestantes
simplemente no querían escuchar. Con los eventos culminantes obviamente
inminentes, tomó lugar en San Agustín el 4 de noviembre la marcha más grande en
contra del traslado de las estatuas. No había llovido en muchos días, pero la
noche víspera de la marcha empezó el aguacero, y se extendió hasta la mañana
siguiente, y no dejó de llover hasta el final de la tarde de ese día. El evento
se desarrolló bajo la lluvia constante, con todos los participantes completamente
mojados desde el principio de la marcha. Fue un lunes, día de mercado, nadie se
movía bajo esa lluvia, no pasaba nada, al contrario las calles estaban vacias.
Casi todo el pueblo, resguardado en sus casas, miraban a los marchantes
totalmente empapados. Todos los indígenas Yanakunas del cabildo local estaban
presentes, además llegaron tres chivas llenas de gente indígena quienes
atravesaron la cordillera desde el vecino departamento del Cauca, viajando toda
la noche para llegar a apoyar la causa. También llegó un bus de estudiantes
universitarios de Nieva, presentes para acompañar y vociferar en la marcha,
quienes salieron de la ciudad capital del departamento a las 3:00 a.m. para
poder llegar a tiempo. El Comité del pueblo y los representantes de muchos de
sus sectores, así como un buen número de ciudadanos locales independientes,
también caminaron bajo la lluvia por las calles del pueblo.
Aún bajo el diluvio, la marcha concluyó en el Parque
Arqueológico, donde el funcionario presente del ICANH, quien debió haber estado
custodiando cuidadosamente los movimientos de las estatuas, fue requerido y
advertido en muchos y largos intentos de explicarle que las esculturas no irían
a ninguna parte. Estuvo visiblemente molesto, no olvidará fácilmente esa experiencia,
y si él también faltó en su deber de reportar la sinceridad de la multitud
gritando que se oponían al traslado de las estatuas, entonces la cadena de
información del ICANH está completamente rota. Los manifestantes persistieron
tanto que el administrador del parque y el empleado del ICANH se vieron
obligados, muy en contra de su voluntad, a permitir el acceso del público, por
primera vez desde que la crisis empezó, a la zona en donde se encontraban sus
relíquias locales. Verlas forradas en plástico, como objetos para la venta, fue
un momento muy triste para la mayoría de los presentes; todos vieron y
fotografiaron los daños obvios que se les había causado durante la remoción
precipitada con la que el ICANH las había desmontado, hecha a martillo y maceta.
Se espera que estos daños pronto puedan ser documentados y sometidos a
peritajes por expertos imparciales.
Inclusive si el ICANH no hubiera podido
efectivamente conseguir información aquí mismo en San Agustín (los medios de
comunicación, predeciblemente, no se interesaron en estos eventos), debió
haberse alertado a la composición del Comité local que intentó comunicarse con
ellos, así como la amplitud de rango de los representantes de sectores comunitarios quienes suscribieron las
cartas. De esta forma hubieran entendido que se trataba de algo más que los
“cuatro pelagatos” [‘persona insignificante o mediocre, sin posición social o
económica’ de acuerdo al Diccionario de la Real Academia Española] que el
Director declaraba era el total de la oposición. Además, era mucho más que los
indígenas Yanakunas, calificados por el Director como ‘ajenos’, quienes sumaban
veintenas y quienes, como vecinos cercanos al Parque, fueron capaces de
establecer y mantener vigilancia permanente y efectiva sobre las estatuas y
sobre la carretera de acceso al Parque durante los días de la crisis. Los
Yanakunas sienten serios vínculos de parentesco con lo que ellos llaman los
‘símbolos sagrados,’ su voz tiene una gran autoridad moral, y ellos de forma
unánime y contundente se oponen a cualquier movimiento de estos monolitos fuera
de sus sitios originales.
El Comité tenía unas raices extensas en el pueblo:
17 personas, muchos de ellos actuando como representantes de importantes
gremios de la comunidad, firmaron la detallada carta o comunicado que durante
los momentos cumbres del conflicto se envió al ICANH y al mundo en general,
insistiendo en que ellos estaban en total oposición a cualquier intento de
llevarse las estatuas. Habitantes de San Agustín representando al gremio del magisterio,
a los indígenas Yanakunas, a los productores de café, a los güias turísticos y
baquianos, a grupos de estudiantes, a las juntas de acción comunal de grupos
sociales del valle, así como otros grupos más pequeños e individuos, firmaron
esa misiva. El liderazgo fluido de la organización del pueblo giró en torno a
varios profesores, uno de ellos un directivo laboral, unos güias turisticos,
entre ellos un estudiante universitario de derecho, un lider de la unión local
de cafeteros, la presidenta de las juntas locales y varios otros. Muchas de
estas personas, líderes o no, tomaron muy en serio la amenaza de la llevada de
sus extremadamente importantes esculturas y ‘símbolos sagrados.’
Así que la tensión creciente de la situación
alrededor de las seleccionadas estatuas, durante la vigilia frente al Parque
Arqueológico, de ninguna manera fue algo inesperado, ni supuestamente alentado
por un grupo de ‘agitadores profesionales’ (como el Director lo decía, evocando
las oscuras fantasias de Nixon o Pinochet). La peligrosa confrontación del 8 de
noviembre frente al Parque Arqueológico nunca debió haberse permitido ocurrir.
Los estudiantes de antropología se interesarán en
saber que el sistema de alarma para convocar gente para las emergencias no
funcionó a través del sistema de radio comunitaria- la que en este valle en
circunstancias normales habría sido el medio que facilitaría la
comunicación- sino por voladores o cohetes, tirados al aire desde la sede del
cabildo, una señal que se pudo oir en todos los rincones del pueblo y del
campo. El dueño de la radio local, a favor de la movida de las estatuas y
además presidente del consejo municipal, en el momento crítico cerró los
micrófonos a quienes no estuvieron de acuerdo con él, poniendo en duda el
carácter ‘comunitario’ de su emisora. Pero el sistema de alerta por cohetes
pirotécnicos funcionó magníficamente: tanto el viernes en la noche, como
repetidamente en momentos de amenaza durante las siguientes noches, su sonido
de alerta cruzó el silencio de las noches y traía consigo olas de gente que
llegaban de las veredas y del pueblo de prisa hacia el Parque. Esto fue una
vista memorable.
Para el viernes, todos los elementos se encontraron.
La marcha de solidaridad que tomó lugar el lunes anterior bajo la lluvia no
generó sino mofa y desprecio del ICANH. Ya iba a empezar un fin de semana de
tres días, con el pueblo lleno de turistas, enmarañando las cosas en la sede de
la acción, la entrada del Parque, lo que hacía parecer aún más inminente la
llegada de los que pretendían llevar las esculturas. La proclamación del
Director de que el traslado de las estatuas tomaría lugar a la luz del día como
cualquier acción legítima, en vez de ocultarse en la oscuridad como un acto de
vergüenza, solo indicaba una cosa a los que estaban pendientes de sus
pronunciamentos: de hecho ocirriría en la noche. Tal como efectivamente lo fué.
Para el anochecer del 8 de noviembre, cientos de personas se encontraban
reunidas frente al Parque, a sabiendas de que los camiones y el ejército que los
escoltaba ya estaban en camino. La policía municipal, reforzada por otra
patrulla de carabineros en sus grandes caballos, habían sido los primeros en
llegar; preparaban sus gases lacrimógenos y se posicionaban detrás de la gente,
al fondo de la zona del estacionamiento.
Cayó la noche, la velada continuaba. Ansiedad,
miedo, desesperación: los ingredientes del terror. De repente irrumpió el
grito, y emergiendo de la bruma, subiendo a través de la oscuridad, aparecieron
los camiones en su misión de extraer las esculturas, y con ellos las filas de
soldados, figuras robustas indistintas, portando sus armas y listos para la
acción. Casi había llegado la primera ola de soldados uniformados antes de que
los manifestantes pudieran reaccionar. Pero la gente apareció corriendo, muchos
de ellos se interponían con sus cuerpos entre los soldados y los ‘símbolos
sagrados,’ y la avanzada terminó en un amontonamiento en la penumbra de la
oscuridad, con el encuentro frente a frente. Los camiones vacíos esperaban a
unos ochenta metros más abajo en la carretera, detenidos por los piedrones
regados sobre la via. Habían llegado desde lejos, y aunque faltaba poco, nunca
se movieron más hacia adelante. Horas más tarde tuvieron que laboriosamente
voltear y abandonar la escena.
¿Quién es esa gente que entienden tan poco a nuestro
pueblo, su historia, su carácter, que nos mandaron las tropas armadas en vez de
intentar escuchar lo que teníamos que decir? ¿Quiénes son esas personas, tan
fuera de contacto con la realidad que ven apropiado resolver los problemas de
la cultura con el recurso de la fuerza y la violencia? ¡Absurdo! Es gente
peligrosa, a la que hay que temer mucho más que a los “intereses oscuros” de
ficción evocados repetidamente por el Director en sus diatribas en que intentaba
sugerir imagenes de traficantes de droga e insurgentes armados organizados en
su contra. Esos son sus fantasmas. Este es un pueblo que se ha mantenido en paz
durante los 30 años de conflicto nacional y revolución armada, sin hechos
sangrientos, masacres, bombardeos, sin divisiones sociales violentas entre sus
ciudadanos. La gente aquí vive en paz, así lo ha hecho por largo tiempo, y no
merece haber tenido que vivir una escena tan desagradable como la que trajo el
ICANH el 8 de noviembre. ¿Existe alguna duda de porqué la población de San
Agustín está tan profundamente resentida con el Director, quien sin ninguna
razón válida mandó las tropas militares a coercer, rodeó de armas y puso en
peligro a muchos aquí en este pueblo? Todo esto será recordado por largo
tiempo.
El encuentro entre las dos partes duró horas, y solo
fue así porque las dos, luego del primer impacto nervioso en un ambiente de
incertidumbre y miedo, reaccionaron con calma y con el deseo de comunicarse.
Por el lado de San Agustín, “se juntaron muchas piedras, pero ninguna se
arrojó”: los manifestantes por principio y en la práctica actuaron sin ningún
tipo de violencia. Por parte de las fuerzas armadas, un heroe inesperado
apareció en la forma del coronel, el comandante de la tropa, un hombre que
demostró ser tranquilo y en búsqueda del entendimiento y el diálogo. Con calma
miraba a su alrededor y observaba lo que verdaderamente estaba pasando.
Lo
que vio no era lo que había esperado ver. Y lo que llevó a que esos soldados
colombianos salieran de su rutina esa noche fue el hecho de que pudieron ver
con sus propios ojos que esto no era un levantamiento, no era una insurrección,
ni una rebelión violenta, ni siquiera una muchedumbre turbulenta. Lo que vieron
frente a ellos fue simplemente al pueblo (tal vez no muy diferente que los
pueblos de donde ellos son), y sobre todo, la juventud de nuestro pueblo,
porque los jóvenes agustinenses reaccionaron como fieras, y de verdad fueron la
columna vertebral de la resistencia, incluyendo el ponerse físicamente en el
camino de los soldados en marcha, intentando entablar conversación y razonar
con ellos. La multitud incluía un componente grandísimo de la nueva generación,
además de muchísimos adultos mayores al lado de un sector femenino muy
significativo y posiblemente predominante. Ningún soldado querría arremeter
contra semejante situación.
Entonces lo que siguió fue diálogo; muchos diálogos,
múltiples conversaciones. Eventualmente el coronel y su grupo de escoltas se
sentaron a hablar, más bien a escuchar a los ‘líderes‘ y a otras personas
mientras explicaban las razones de la protesta. Llegaron más personas que se
unían al diálogo, quienes aportaban su grano de arena en la charla. Algunos
jóvenes contrarrestando la quietud, pronto empezaron a patear y jugar con un
balón, otros tocaban música, mientras que los adultos encontraron un momento
para hacer grupos y conversar con los amigos y vecinos; algunos bebés lloraban.
El coronel había visto más que suficiente y eso fue exactamente lo que dijo:
“Me enviaron a echar un vistazo por acá. Así lo he hecho, y veo que aquí no
tenemos nada que hacer. Entonces, con su permiso, mis hombres y yo nos
retiramos. Si ustedes quieren mi consejo, creo que ese Director necesita venir
acá en persona para hablar con ustedes.” Y con eso, él y su tropa se retiraron
del sitio, dieron vuelta a los camiones y se marcharon. No mucho tiempo
después, la policía que estaba en el extremo del estacionamiento también se fue
y se encaminó de nuevo hacia el pueblo. La confrontación terminó, se había
evitado la violencia, y los ‘símbolos sagrados‘ no se iban a ninguna parte.
Aunque vendrían aún más escaramuzas, por encima de todos esos intentos y
propósitos, la batalla había concluido. Las estatuas habían ganado.
El mensaje más profundo no se debe dejar perder: San
Agustín acaba de darle a Colombia una lección del siglo XXI del modelo de
protesta creativa y sin violencia que ojalá conlleve a cambios sociales
necesarios. Confrontado por el uso injustificado de fuerzas armadas, la oposición
que ejerció este pueblo no se presentó en la forma de un intercambio de
golpes -obvia estrategia de pérdida para todos- sino en la forma de resistencia
en calma, de racionalidad, lógica, comunicación, explicación, diálogo, y con la
música, los deportes, la poesía, las vías inmemoriales del intercambio y la
unión. No se necesitó de armas.
De regreso al mundo de la práctica, el mundo de los
problemas y sus soluciones, el trabajo apenas ha empezado. Es muy claro que el
ICANH necesita llevar a cabo un serio cambio de enfoque. Tendrán que dejar de
mirar con ojos codiciosos las esculturas de este valle para empezar a pensar en
su protección, voltear su mirada 180º para dedicarse a la misión de repatriar
de vuelta al Macizo Colombiano la plétora de estatuaria desterrada, empezando
con las de Berlín. Entender y confirmar la nueva política de vanguardia del ‘In
Situ’: desde este punto en adelante nunca más trasladar desde estos valles los
tesoros arqueológicos y los ‘símbolos sagrados’, sino en cambio invitar al
mundo a venir y verlos aquí en su ambiente natural y verdadero. En cuanto a las
exhibiciones en los museos, se pueden utilizar películas, fotografías, moldes,
materiales didácticos, réplicas exactas, métodos electrónicos, formas
virtuales, tecnología 3D, y miles de otras formas de compartir el mundo del
Pueblo Escultor. Pero nunca más por llevarse los preciosos e irremplazables
originales. Ellos viven aquí.
Además, ya ha llegado el momento en que el ICANH
debe dejar de tratar a San Agustín como sí fuera un pueblo colonizado, y
empezar a cooperar sinceramente con aquellos apasionadamente involucrados con
cuidar nuestro patrimonio, aquí en el pueblo el cual el destino ha escogido
para habitar junto a las estatuas y sus tumbas, convirtiendonos en sus guardianes
naturales más efectivos. Hacerlo sería de gran beneficio para el ICANH. Pero se
requiere más que gestos y palabras. Será aceptar los representantes del comité
del pueblo, no escogidos por el ICANH ni por las autoridades municipales, en
pie de igualdad, con acceso pleno a las estatuas, las bodegas y todo el terreno
del Parque, y con la misión de comunicar al pueblo todo lo que ellos observen y
aprendan. Estos representantes del pueblo deben tener permanente y diáfana
participación, y voz efectiva, en la administración actual y en la planeación
del futuro de nuestro patrimonio local. Los retos que se vislumbran son
grandes, todos ganaríamos de esta forma. Será este, no el cierre de un
centenario espurio y obsoleto, sino más bien el comienzo de un nuevo siglo de
entrega y de trabajo creativo en colaboración. Los ‘símbolos sagrados‘ ya se
han declarado.
—¿Preguntas,
comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com—
Cómo citar este artículo:
Dellenback, Davíd. Patrimonio arqueológico de San Agustín:
Crónica de una resistencia comunitaria anunciada
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/resistenciasanagustin.html
2013
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